Parte de estos edificios, con uniforme mobiliario básico, fueron adjudicados a los estudiantes universitarios venidos de la provincia a la ciudad. Durante los ‘60s, y en medio de protestas políticas estudiantiles, algunos de estos edificios fueron quemados con el mobiliario dentro, quedando las sombras de éstos sobre sus paredes y algunos objetos en pie en medio de las cenizas.
Treinta años después, el paisaje quemado del interior de los apartamentos sigue intacto, como la sombra de sus muebles y agujeros en sus tomas eléctricas y de agua, evidenciando no sólo la violencia de la quema, sino además metaforizando sobre la violencia que persiste sobre Colombia y la infuncionalidad del sueño del pensamiento moderno sobre las ciudades latinoamericanas.